Silvio Rodríguez en Ferro


Publicado el Lunes, 21 de Noviembre de 2011
Por Verónica Escalante

Una vez comprendí que mi voz no era mía 
que era sólo del mundo, del mar y los días
y la llevé en mi viaje entre amores y horror… 
SR

ADVERTENCIA: La siguiente nota está escrita desde el más ferviente cariño hacia el cantautor más relevante que dio la música popular latinoamericana. Es un agradecimiento profundo, una muestra de amor. Si busca usted objetividad vaya rumbeando para otro lado. 
  
Edgardo, aquel de la trova de, supo decir alguna vez que “hasta en los corazones de los hombres más temerarios hay cuerdas que no se dejan tocar sin emoción”. Algo de eso sabe Silvio Rodríguez que logró, el pasado viernes 18 de noviembre en el Estadio de Ferro, conmovernos hasta las lágrimas, acariciarnos el alma y hacer aflorar esa nostalgia de cosas pequeñas y tontas, de cosas quizá perdidas para siempre que regresan como recuerdos, mariposas que ayer sólo fueron humo.

Seguramente cada una de las más de 14.000 personas que estuvieron presentes en esa noche mágica habrá hecho su inventario (mental y personal) de vivencias acontecidas a lo largo de los años, en la dulce compañía del trovador cubano. Nada hay más frágil que la memoria, incluso este recuerdo que yo trato ahora de traducir en palabras puede ser una mentira; pero nada de eso importa si lo que esta mentira nos dice es que presenciamos un acontecimiento único e irrepetible que habla de nosotros, de nuestra historia particular, de nuestra relación profunda con la poesía, con un poeta popular y su guitarra. Todo lo demás es puro cuento, periodismo barato, basura. Y todo, incluso esto y aquello, es literatura.

Difícil tratar de reseñar las sensaciones vividas durante más de tres horas de recital pero intentaremos trazar un itinerario que resalte algunos momentos memorables (¡cómo si pudiéramos elegir algunos!). Todo arrancó pasadas las 21.30 hs cuando una suave brisa de primavera anunciaba los primeros acordes de “En el claro de la luna”, del primer disco editado por Silvio , Días y flores, siguieron dos piezas de su más reciente trabajo ( Segunda cita), “Sea señora” y “Carta a Violeta Parra” y luego las no publicadas en discos hasta el momento “Cuentan” y “Virgen de Occidente”. Saludó cálidamente, sonrió y la noche comenzó a tejer un halo de misterio indefinible, mágico, irreductible a cualquier tipo de símbolo. Perdonen, hoy casi no encuentro maneras de decir, quizá porque todo lo dicho me toca, esta vez más que nunca, fibras demasiado íntimas.
La temperatura ambiente comenzó a subir con “De la ausencia y de ti”, “Días y flores” y “Mariposas”, en otras versiones, con diversos arreglos que le dan a las canciones renovada forma, hecho que habla de un compositor obsesivo que no cesa de trabajar ni de pensar su extenso repertorio.

El concierto tuvo dos invitados especiales: Amaury Pérez y Víctor Heredia. Con el primero, que lo acompañó en la gira y que pertenece también a la Nueva Trova Cubana, interpretó a dúo la bella canción “Amigos como tú y yo” y luego lo dejó a solas con el público para que pudiera mostrar tres temas más de su autoría. Muy emotivo fue el ingreso a escena del negro Heredia (emotivo para aquellos que vivieron aquel recital del 84´ y para los que conocimos este amor eterno con ese disco) para interpretar con Silvio “Todavía cantamos”, dedicada especialmente a las madres y abuelas de Plaza de Mayo.
A la noche le faltaba mucho y le sobraban ilusiones, historia y compromiso. No hay que olvidar que el hombrecito gigante que estaba arriba del escenario, ese necio que supo asumir a sus enemigos y vivir sin tener precio, es un representante vivo de unos de los sucesos históricos más importantes del siglo XX, quiero decir, no es solamente un compositor de canciones sino también un luchador incansable, un revolucionario que hoy tiene el valor de decir que su país necesita cambios (“A desencanto, opóngase deseo. Superen la erre de revolución, restauren lo decrépito que veo, pero déjenme el brazo de Maceo y, para conducirlo, su razón rezan unos versos de Sea Señora que culminan con “es hora de volver a hacer el viaje a la semilla de José Martí”) un hombre de principios que transformó después todo su ser en poesía. Pavada de tipo, pavada de vida. No sé cuántos de los que estuvimos esa noche allí pudimos (podemos o podremos) dimensionar la magnitud de la persona y cuántos sólo se quedaron (se quedan o se quedarán) en el panfleto, en las frases gastadas o en la estampa del Che de una remera. En sintonía con su lucha eterna, dedicó un espacio a cinco cubanos que se encuentran presos en Estados Unidos, algunos desde hace trece años, a ellos les dedicó “Canción del elegido” y “El mayor”. 
 
Les siguieron, como sueños hechos realidad, “La gaviota”, “El reparador de sueños”, “Óleo de una mujer con sombrero”, “Escaramujo”, “Quién fuera”, “La maza”, “La era está pariendo un corazón”, “El necio”, “Demasiado”, “Ojalá”. Y si eso ya es mucho para cualquier corazón errante, sensible, frágil e ilusionado, aún faltaban los bises que se prolongaron ya en el nuevo día; la madrugada nos sorprendió cantando “Unicornio”, “Con un poco de amor”, “Playa Girón”, “Pequeña serenata diurna”, “Ángel para un final”, “Casiopea”, “Sueño con serpientes” y “Te doy una canción”. El repertorio perfecto. Sabemos, los que conocemos el vasto cancionero de Silvio Rodríguez, que cualquiera lo hubiera sido, si no hubiese cantado ninguna de estas canciones y hubiera elegido entre otras tantas hubiera sido exactamente lo mismo, el mismo fervor, la misma excelencia, la misma mística. Eso lo hace un artista único, comparable sólo con el espejo que le devuelve su propia imagen ya inmortalizada en el parnaso de la poesía latinoamericana. 
 
La noche se fue cerrando con sus aplausos al público, las fotos que nos sacó, las caricias que nos regaló. Nos dijo gracias, como las estrellas a la noche.
Así culminó la gira de Silvio por estos lares, acompañado por unos músicos increíbles, por condecoraciones, aplausos, besos y flores. El año para él se cerrará el próximo 10 de diciembre en el Museo Nacional de Bellas Artes De Cuba, en un concierto como aquel de hace 44 años cuando iniciaba su camino en este largo viaje.
Me voy dándole las gracias a Silvio por haberme hecho mejor persona. Yo estoy segura de que el arte transforma, nos ayuda a vivir, nos hace mejores y creo que no hubiese sido la misma si, siendo chica, no me lo hubiese cruzado, a él, a Martí, a Guillén, a Vallejo. Qué suerte el azar, la causa o destino.
Nos queda agradecer a la vida que nos ha dado tanto, que nos ha dado a Silvio, a la poesía por elegirnos (sabemos que es un don, este de escribir, leer o escuchar poesía del que no todos gozan) y a Silvio por las canciones que son las que, al final de este viaje, siempre quedarán.

 

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