No tener otra fe que la piel…


Publicado el domingo, 6 de Noviembre de 2011
Por Verónica Escalante

Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir”

“Me volveré de hierro para endurecer la piel”. Resonaban esos versos en el final de ¡Átame! Veinte años después, en algún cine bonaerense, ese recuerdo vívido, delirante, enfermizo y genial me ató durante casi dos horas a la butaca, como cuando Ricky hacía lo propio con Marina en aquel último film relevante que hiciera Banderas en España, antes de saltar a la fama hollywoodense.
Los avatares del tiempo y la memoria, con sus desgastes, sus líneas convergentes y sus caprichos, unieron nuevamente a Pedro Almodóvar y a Antonio Banderas en una película tan igual y tan distinta a aquella que ha suscitado ya los más variados comentarios, que van desde las fervientes adhesiones y el fanatismo acérrimo hasta el descrédito, justificado en una supuesta “frialdad” o “falta de frescura”. Finalmente, a los críticos no hay nada que les venga bien, si Pedro continuara haciendo comedias delirantes, “cálidas”, como en otras épocas, lo tildarían de repetitivo como ahora de demasiado formal o intelectual. La genialidad en el fondo nos provoca miedo.

La piel que habito es, afortunadamente, lo que se ha dado en llamar cine de autor. Quien la vea debe saber que se va a encontrar con las obsesiones de un tipo que ha madurado, que ha mejorado su técnica y sus modos de narrar (¡y qué bien lo hace!) pero que mantiene la misma irreverencia de juventud, su lado oscuro y perverso. Es evidente que las películas de Almodóvar no son para todos los gustos (que son tantos), ninguna lo es, pero este film tiene la particularidad (como quizás sus producciones de los últimos años) de ser un tanto más accesible, tal vez lo sea por esa recurrencia a los géneros clásicos como el thriller, el suspenso, el cine negro y el terror (Hitchcock mediante) que tanto le gustan al gran director español.
Quien vaya a ver La piel que habito deberá saber también que Almodóvar tiene la gran virtud (como todos los grandes directores) de moldear a los actores a su gusto y piacere para sacar lo mejor de cada uno de ellos. Entonces, sepa que usted se va a encontrar con la más sólida actuación de Antonio Banderas en lo que va de su carrera, sin riesgo de exagerar (aunque siempre se corran riesgos). Se trata de un personaje maravilloso, en el que la perversidad es sólo una máscara para no dejar traslucir ni el dolor ni la profunda soledad.

Es difícil contar la trama porque se pueden deslizar detalles que debilitarían el factor sorpresa (sí, la película sorprende y nos mantiene expectantes) pero diremos algo. La historia está basada en la novela de Thierry Jonquet, Mygale (Tarántula) pero ese dato resulta irrelevante si pensamos que Pedro la ha trasformado a la justa medida de su temperamento, de su desquiciado mundo interior. El satánico doctor Ledgard (Antonio Banderas) es un eminente cirujano plástico que ha abandonado su práctica para dedicarse a la investigación. Luego de la trágica muerte de su esposa Gal, se confinó en su casa en Toledo, llamada El Cigarral. Allí, donde tiene un frío laboratorio, dará rienda suelta a la única obsesión que lo habita y que hubiera salvado la vida de Gal: Crear una piel perfecta, susceptible a las caricias pero impermeable al dolor. Sus experimentos requieren de un conejito de india humano. Es así como Vera (Elena Anaya) entra en escena como la paciente encerrada en una habitación hermética, sometida a la locura de los otros y a la propia. Marilia (Marisa Paredes), la fiel ama de llaves, es la única compañía del doctor y la encargada de vigilar a la cautiva que oscila entre la rebelión y el encantamiento. Un hecho inesperado trastocará el orden establecido y destapará una olla cargada de odios del pasado, rencores, venganzas, sadismo y perversión. La técnica del flashback (tan utilizada por Almodóvar en los últimos años) nos permite reconstruir un rompecabezas donde cada pieza encaja en la maestría de un realizador como pocos.

La piel que habito toca (de oído, sin llegar a profundizar) temas tan complejos como la bioética y la transgénesis y se adentra profundo en los desquicios del alma y el cuerpo. La piel resulta una sinécdoque del cuerpo que es siempre cuerpo deseante y deseado. La piel como cárcel pero también como marca de la existencia (cicatrices, golpes, decadencia). La piel no nos deja huir nunca y no hay experimento ni científico loco que pueda impedirlo.
Se la puede ver en Buenos Aires desde este jueves, 3 de noviembre. Los paladares habituados al cine almodovariano se encontrarán con la locura sexual y varios tips bizarros propios de producciones más ochentosas o noventosas y con la emoción del reencuentro de un director maduro y de un actor que supo ser “una chica Almodóvar” y que volvió para lucirse en un papel que lo consagra. Los nuevos, los que recién incursionan, verán un thriller lleno de suspenso, una narración perfecta, una película que no defrauda y que cuesta lo que vale.
Sepan, los que hablan por hablar, que a Almodóvar no le queda ningún caramelo en el frasco pero si miles de balas en la cartuchera para seguir disparando contra quienes aseguran que su loca pasión se terminó. Es “como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie”. Y eso me gusta, me encanta porque la ley del deseo sigue siendo su única ley.


Estreno en Buenos Aires: 3 de noviembre de 2011 - 117 minutos. 
Clasificación: Apta para mayores de 16 años con reservas.

0 comentarios:

Publicar un comentario

A Komala, tu comentario le interesa ...