La Voz Extraña


Publicado el domingo, 30 de Octubre de 2011
Por Verónica Escalante

“La Voz Extraña suele hacer karaoke con nuestros destinos”

Horla City y otros de Fabián Casas fue un raro fenómeno editorial principalmente porque la poesía suele tener mala y poca prensa. En unos meses, desde su aparición en mayo de 2010, agotó su primera edición, fue por más e instaló las preguntas inevitables: ¿Qué tiene su poesía para darnos que no nos hayan dado ya? ¿Para qué me sirven a mí sus palabras agrietadas, que narran la vida de las cosas, el misterio inaudito, cotidiano, inaudible? ¿Qué lo diferencia de otros tantos de su generación?
Estas son preguntas utilitarias que responden a leyes de mercado más que a procesos de construcción de una poética, pero nos permiten desacralizar un género que no se lee porque el misterio da miedo, genera dudas y hace temblar. Y eso, desacralizar, es una de las virtudes de la poesía de Casas, algo que quizá viene ya de otras voces, como la de Juan Gelman, y continúa su marcha en los nombres que vinieron después.

Es probable que aquí no tengamos respuestas (ninguna, en absoluto) pero intentaremos cercar las preguntas o ramificarlas, como prefieran. Después de todo se trata sólo de animarse a hablar, pensar en y leer poesía. 
Horla City y otros es la poesía reunida que Fabián Casas escribió en un período aproximado de diez años, incluye Tuca (1988 – 1990), El salmón ( 1990 – 1996), Oda (1996 – 2000), El Spleen de Boedo (2000 – 2003) y el inédito Horla City ( 2003-2010), más un excelente bonus track (podríamos pensar los poemarios de Casas como discos, en su prolífica relación con el rock argento, pero esa es otra historia), un pequeño ensayo titulado “La Voz Extraña”, que pudo (y puede) leerse en el sitio "LosTrabajos Prácticos". El libro muestra el itinerario, las idas y venidas, los cambios y evoluciones de una poética que mantiene, no obstante, siempre la misma melancolía del acontecer, de la existencia del ser en las cosas (o fuera de ellas): “Fabián Casas, sin anteojos, /cargando una estructura que comprende”. Desde Tuca, el poeta ha buscado su voz para escribir “poesía argentina” y eso es lo que consiguió: una poesía “popular” (uso ese término sin estar del todo convencida porque remite a ciertos lugares comunes) que puede leerse también como marca de una época, de años oscuros, de indiferencia. Sin embargo, su poesía no recurre a poéticas del desencanto, de añoranza de un mundo perdido, sino más bien a la aceptación de un estado de todo lo real. En una nota, publicada por Página 12, Casas declara: “Antes era una persona que pensaba que el mundo no sirve para nada y que la existencia es absurda. Ahora pienso que el mundo es lo que es, ni bueno ni malo; pero frente a esto hay que tener una actitud de valentía, de amor por tu destino. Y no ser un llorón.” No se puede zafar de la agonía de la época y escuchar la “musiquita” interior ha sido su mejor modo de no llorar, de mostrar el mundo tal cuál es, de encontrar la poesía escondida en las cosas comunes, banales que nos rodean en el día a día. Hay poesía en las cosas y si “a las cosas no les importan los mortales” aún les puede importar la poesía. 
 
Aceptación melancólica de un mundo que habla sin metáforas ni palabras grandilocuentes. Atrás han quedado la naturaleza, la elegía, la celebración: “Hubo una oportunidad en aquella época. / Ahora mirás el mar, pero no decís nada/ Ya se han dicho muchas cosas/sobre ese montón de agua.”. Ni ilusión fantástica (“El hombre sueña que es un hombre/ y el cuervo sueña que es un cuervo/ Nunca se ponen de acuerdo”) ni falso lirismo (“Pero convengamos que esta falsedad/ de tensar los poemas con una catástrofe/ se ha convertido ahora en mi segunda naturaleza.”). En la poesía de Casas la naturaleza quedó domesticada en los canteros (naturaleza muerta) y la ciudad sólo puede ser Horla City, la ciudad del miedo.
Casas realiza un desplazamiento interesante: en vez de buscar ponerle poesía o musicalidad a las cosas, se las saca, quiero decir, la extrae de ellas. Así, podemos saber algo de la muerte a partir de un hecho supuestamente banal como salir a sacar la basura y sentir que la puerta de calle se cierra detrás de nosotros: “En transitorio, me dije/pero así también podría ser la muerte: / un pasillo oscuro, / una puerta cerrada con la llave adentro, / la basura en la mano.”
La poética de las cosas, de un ser desnudo parado frente a un espejo, sin nada, ni herencia, ni oficio, ni casa de sólida roca; donde se juntan sin lastimarse el mito, el barrio, Baudelaire, Dylan Thomas, Zappa y Elvis, el haiku, la oda y Tita Merello. “Poesía para todos” diría si esa frase o no despertara hoy cierto recelo en muchos sectores reaccionarios.
Poesía para mí, poesía social que registra, casi sin quererlo, los avatares de una época infame y que, sin embargo, se liga a la tradición (argentina y universal) por esa ciega confianza en la Voz Extraña, esa que dicta poemas y dirige nuestros destinos (¿Cómo decir de otro modo esa magia, ese misterio, ese secreto?). Fe poética le dicen algunos, o simplemente fe, los que sólo creemos en ella. Aunque las palabras nos limiten no tenemos otra cosa. Palabras y lo que llega con ellas: comunión, abrazos, leer, creer.
Lean, entonces, a Fabián Casas (hay mucho y muy bueno. Ocio, Los Lemmings, Ensayos Bonsai…) y este libro genial, dedicado a todos aquellos que nunca pensaron en escribir poesía.



Casas, Fabián. Horla City y otros, Buenos Aires, Emecé, 2010.

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