Publicado el viernes, 28 de Octubre de 2011
Por Verónica Escalante
“Si tienes la
suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas
a donde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos
sigue.” Hemingway
Uno ya no sabe por dónde empezar a
hablar de Woody Allen. Ha traspasado
todos los posibles umbrales, ha traspasado todas las fronteras (las de New
York, las de su creación, las del ingenio, las de su propia persona devenida en
personaje, ese personaje que se repite cada año, en cada ¿nueva? película) pero
sabemos que, después de todo, se ha mantenido siempre en el mismo lugar, en las
mismas obsesiones, en el mismo punto de inflexión que va desde la tierna nostalgia de un mundo perdido para
siempre hasta la brutal ironía de la extrema lucidez; y su mundo es tan personal, dulce y
melancólico que uno (otra vez) no puede más que buscar, lleno de esperanzas, en
todas sus películas, un detalle, un destello, una marca o palabra para dar, al
fin, con la eterna identificación: Woody Allen también soy yo.